Al caer la noche regresó la lluvia y
comenzaron a escucharse los rugidos de los cocodrilos. Adela llevaba una piedra
en cada mano y Benito guiaba el camino, llevaba una vara que le servía para
notar hoyos o partes demasiado resbalosas. Habían caído varias veces, estaban
cansados y hambrientos; se untaron un poco de lodo para que los mosquitos
dejaran de picarlos.
Repentinamente todos los animales se
callaron, los niños escucharon unos ruidos metálicos, como un herrero;
caminaron hacia donde escuchaban el sonido y se encontraron con un hombre, o
por lo menos, parecía un hombre, que sostenía un pequeño objeto dorado entre sus
manos.